Microrrelatos presentados al I Concurso de microrrelatos contra el aburrimiento solidario
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Abismo
Quizás fuesen las 10 de la mañana cuando… no, no, puede que fuesen las 6 de la tarde cuando golpearon violentamente la puerta ¿O quizás fuesen las 4 de la madrugada? Perdonadme, no sé. La puerta metálica vuelve a sonar con violencia; despierto, asustado, en el sofá. Sobre la mesa baja del salón, el vaso del café derramado empapa las gafas rotas una vez más por el mismo lugar. Lentamente me dirijo a abrir. Al otro lado vuelvo a estar yo. Miro a mis vecinos y todos están en sus puertas enfrentándose al abismo de sí mismos.
A poca elipse, más dura la cuarentena
- ¡Quince días! Decían quince días, ¿te acuerdas?
- ¡Joder! Era de cajón. Cuarentena no es de quince, es de cuarenta.
- De cajón, sí. ¿Cuánto llevamos? ¿treinta y ocho?
- Treinta y nueve.
- ¡Pufff! Treinta y nueve años ya.
- Sí. Y el apocalipsis sin venir.
Apocalipsis
Se veía venir, desde que Apocalipsis cumplió los 10 años ya estaba para el arrastre.
Lipsito le decíamos, como todas las humanas de sus bichos, nosotras pensábamos que él era especial.
El día de su muerte lo lamentamos profundamente, no solo porque con él se podía bajar a la calle a pesar del toque de queda por la peste, también porque gracias a ella lo único que podíamos tocar, abrazar y besar era a Lipsito sin correr el riesgo de morir.
Ese día llore tanto que se me rompió la mascarilla y vos, tonta solo preocupada por conseguirme otra.
DesConciertos
Esa tarde limpie concienzudamente el balcón de la salita. La polea que mi vecino y yo instalamos para pasarnos los porros y el lote estaba preparada. Ese día “Confinamiento” daba un concierto en el cruce de calle Regina con Delicias. Era una oportunidad, poder verlo desde casa.
Mi generación creció viendo espectáculos desde sus terrazas, y aunque mi hermano hablaba de festivales y salas, a mi la idea de multitud me sonaba apocalíptica. Para nosotros, un concierto sin alguien saltando del balcón, para por un segundo ver a sus ídolos antes de estrellarse en el asfalto, no era buen concierto.
Desfile
La luz roja parpadea. Aparecen caballos y suena música clásica a toda hostia. Sin dudas, es Wagner lo que suena. Todo hace indicar que el final está cerca. Me asomo a la ventana y Nietzsche abre el desfile, Colón, Copérnico y Carlos Herrera le siguen. Definitivamente, el final de la Historia está cerca. Lanzo un beso a todos y cada uno de ellos. Ahora sí, el final ya está aquí y no podía ser peor.
El amor en los tiempos del Apocalipsis
Pablo y Julia eran las últimas personas que se habían sumado a la B.E.S.O. (Brigada Emergencia anti Soledad) -mejor conocida como la brigada del amor- y cuya misión era utilizar las personas inmunes para ir clandestinamente a dispensar abrazos y cariño a los más necesitados tras el decreto del Ministerio del Orden que desde hace 1 año prohibía el contacto entre humanos a raíz de un virus mortal. Hace dos noches los interceptaron y no se tenía noticia de su paradero, y Antonio, que los esperaba ya debilitado por falta de amor, fallecía en la soledad de su hogar.
El fin del mundo
El bar Apocalipsis comienza a ambientarse a eso de las 2 de la madrugada, sobre todo, los martes. Os lo digo yo, Fermín, que soy quien lo regenta. Marcos, el frutero, suele ser el primero en dejarse caer. Ya luego aparece Carmen, la panadera, y más tarde lo hacen Olga, Carlos, Manel y Silvia. La última en llegar es Dios, siempre es Dios, con sus minifaldas, sus labios pintados de rojo y su fuerte perfume de rosas. Le encanta hacerse esperar y es que, sin él, no pueden comenzar una nueva partida de “El fin del mundo”.
Empatía
Se auguraba un apocalipsis tranquilo y en silencio gracias al confinamiento obligatorio.
La primera propuesta fue bien intencionada, aplaudir desde los balcones a los trabajadores sanitarios, parecía que la posible muerte por el virus uniría a la vecindad.
Luego se fue complicando, que si el discurso del presidente del Betis, que si el himno, un reggaetón, una sevillana.
Hoy al mes de encierro interrumpe mi cena una piedra que entra por la ventana, está envuelta en un papel que dice NO MAS REGGAETON SUDACA FUERA.
Estamos midiendo el ángulo necesario para llegar al balcón del patriota, esto recién empieza.
Gongoravirus
En la recta final, cuando habíamos superado el cenit de la curva del coronavirus y los contagios descendían a buen ritmo apareció un microbio nuevo y contagioso. No era mortal pero sí afectaba a las principales neuronas del ser humano. Las personas contagiadas pasaron de hablar con normalidad a recurrir constantemente a versos gongorinos propios del siglo XVI.
“Buenos días tenga usted, vecino,
¿superó su familia la cuarentena?
¿Tiene usted plan para esta cena
o le guardo un tupper de sopa de pepino?”
Superamos así el apocalipsis y fuimos volviendo a la normalidad; con pedantería, ingenio, apoyo mutuo y solidaridad.
Isla desierta
Y aquí me veo, en esta isla desierta, con todo lo necesario para vivir: mi iphone, mi buena conexión 5G y mi cargador ultrarrápido.
La chica misteriosa
La conocí a eso de las 3 de la madrugada. Su baile hipnótico y su mirada provocó un cosquilleo jamás conocido por mi hasta el momento. Se dirigió a los baños de aquella sucia discoteca y entendí que me invitaba a acompañarla. Una vez dentro, me introdujo una pequeña nota en el bolsillo trasero de mis vaqueros: Calle Azpeitia, 34. Viernes 14, 22h. Cuando llegué allí, su imagen se proyectaba en una gran pantalla; no cabía ni un alfiler.
- Buenas noches y hasta siempre.
La fiesta del Apocalipsis acababa con un apagón total.
La profecía de Juan
“Te lo dije”. Todavía me resuena el mensaje de marzo del 2020 de Juan, el amigo catastrofista que si le pillabas en el “55” con unas copas de más, era capaz de entablar las conversaciones más absurdas. Par el, la llegada de la Apocalipsis tras la invasión de langostas, era solo cuestión de tiempo. Tres años más tarde, la población mundial se había diezmado y seguíamos viviendo en una cuarentena controlada por los militares, que con la escusa de la escasez de bienes y los asaltos a las tiendas, se habían convertido en los dueños y señores de las calles.
La última alumna el British College
Carmela se siente orgullosa de ser especial, pero desde que se decretó el apocalipsis mas.
Poca es la gente que quiere subirse a la voladora.
-Son tan aburridas, una panda de mariconas mugrientas y mal folladas.
No sentía obligación alguna con las demás y menos cuando sus palabras olían a Jonnhy y afectada por el acariciaba su chalequito de piel de Yaguatirica.
Ella no pensaba irse a la colonia sin cumplir con el ritual.
De la voladora comienzan a caer ampollas rellenas de agua sobre los asentamientos.
En las etiquetas, perfectamente impresas, se puede leer “ VACUNA EX2 COVID120”.
La voz
- Si desea hablar con uno de nuestros agentes, manténgase a la espera (…) En este momento, todas nuestras líneas están ocupadas, por favor, manténgase a la espera (…) En este momento, todas nuestras líneas están ocupadas, por favor, manténgase a la espera (…)
Y así, 15 minutos al día, para no olvidar cómo era la voz del último ser humano.
Lejía
8:00. Abro los ojos. Salto de la cama y mi primer impulso es lavarme; Me lavo las manos y la cara, froto sin para con jabón PH 5.5.
8:03. Orino y defeco. Me lavo las manos de nuevo. Otra vez jabón neutro PH 5.5.
8:06. Voy a la cocina, hago café. Mientras sube me lavo las manos. Esta vez con el mismo Mistol que encuentro en el fregadero.
8:20. Me siento en el sofá. Abro un libo y me tomo el café mientras lio un cigarrillo. Está aquí, lo noto, lo noto sobre mi o debajo mía. Me sigue y me raspa la piel.
8:50. Me meto en la ducha y escojo un producto de limpieza que encuentro en el baño, la etiqueta dice: Precaución, producto contaminante y abrasivo para la piel. Me la suda. Vierto en mi mano la cantidad que considero oportuna para saciar mi ansiedad vírica. Me froto frenéticamente. Así sí.
9:30. Pienso en lo que acabo de hacer y me arrepiento. ¿Estaré loco ¿
10:00. No, he de parar. La cabeza me da vueltas frenéticamente. ¿Qué hago?
10:06. Me tumbo en la cama y miro al techo. Me pregunto; ¿Cuándo cambié las sabanas? Mierda !! Me levanto, las cambio y me lavo las manos y los brazos y, por qué no, la cara. Para ello, agarro una botella de vinagre de vino de Jerez. Alguien o en algún lado, he leído que son los mejores desinfectantes.
11:03. Después de casi una hora frotándome voy a la cocina y decido aventurarme a cocinar. Abro la nevera y escojo productos pulcramente envasados en plástico. No me fio de por qué manos habrá pasado así que lleno el fregadero con agua hirviendo y vierto un, dos, tres y hasta cuatro chorros de lejía pura.
11:47. Una vez acabo de cocinar me lavo las manos la cara, brazos y la suela de mis zapatillas de andar por casa.
13:05. Me siento en la mesa con la comida por delante pero antes me doy una ducha completa. Otra vez escojo el producto de esta mañana, no puedo evitarlo.
13:50. Después de la ducha y con mi piel empezando a enrojecerse y a escocerme me siento a comer, por fin.
A los 2 segundos me doy cuenta que la comida esta fría y me levanto para calentarla. Vuelvo a fregar la olla ya fregada, nuevamente con lejía pura.
14:16. Por fin empiezo a comer, previamente he vuelto a lavarme manos y cara con vinagre.
Hasta ahora era soportable el escozor pero noto como pequeñas protuberancias en forma de ampollas despuntan por mi piel produciendo un dolor nuevo para mi.
15:06. Termino de comer y me lavo los dientes con el mismo producto desinfectante para baños. Si es bueno para mi lavabo por qué no también para mis dientes.
15:35. Intento dormir una siesta pero el dolor es ahora intenso y mi piel comienza a parecer a aquello que un día leí en el libro del apocalipsis.
16:14. No aguanto mas en la cama. Todo el cuerpo me arde. Toco un diente y noto que se mueve. Lo agarro con los dedos, tiro suavemente y lo saco de su lugar.
17:33. Al rascarme la cabeza mi pelo se suelta y se queda entre los dedos. Las ampollas apocalípticas explotan y sueltan un liquido viscoso, pestilente y oscuro.
18:48. Vuelvo a ducharme y froto las pupas con una esponja de crin. Ahora sé, de verdad, lo que es el dolor.
19:56. Me retuerzo a los pies del wc.
21:39. Despierto de la inconsciencia. Un sufrimiento intenso atraviesa mi pecho. Cojo una bocanada de aire grande. La suelto por última vez. Puto coronavirus ¡!
Mi vecino
Lo peor de la pandemia no fue el virus. Ni siquiera la letal vacuna que acabó con tantas otras vidas. Lo peor fue la instalación de aquel chip invisible que daba la voz de alarma cada vez que uno de nosotros salía de casa. Eso y que mi vecino de al lado es Álvaro Ojeda. No aguanto más sus gritos y sus golpes en la mesa. Puta vida.
No hay mal que por bien no venga
La fumigación en la calles para la plaga de ruscus espantosus, una araña gigante venenosa que había mutado tras el último accidente nuclear de Springfield, era ya un práctica cotidiana en la mayoría de las ciudades del mundo desde hace unos meses. La característica del insecto era que solo picaba a los políticos que no habían apoyado medidas en contra del cambio climático. La naturaleza se tomaba su venganza, y por ahora no había producto que funcionara al 100%. Así que se crearon dos bandos contrapuestos: los que apoyaban la araña y los negacionistas. Solo el tiempo proclamaría el ganador.
Pandemia
Pensábamos que el Apocalipsis no duraría mucho. El confinamiento duraría un par de semanas. Creímos que terminaría todo, pero vinieron los controles de salud por la calle. Tras los funerales colectivos esperábamos cerrar este capítulo, pero nos dimos cuenta que la verdadera pandemia acaba de comenzar.
Los espacios, las distancias, el silencio.
Caminaba hacia la consulta y no podía dejar de pensar en lo molesta que resultaba la luz del mediodía en octubre.
–Pase. Siéntese –Dijo el doctor– Enrique, ¿verdad? A ver, insomnio, ansiedad... ¿Qué tal con la medicación? Bueno, seguimos un par de semanas. No cierre, avise al siguiente.
Pandemias
La Peste: ¡ Hola Corona! ¿ Cómo lo llevas?
Corona: ¡Genial! De momento cumpliendo expectativas.
La Cólera: ¡Jó, es que eres la leche! Tu facilidad de supervivencia es envidiable. Ojalá lo hubiera pensado yo antes, en vez de elegir el agua y los alimentos como vehículo de propagación.
Corona: ¡ Tía no te quejes que todavía sigues viva!
Gripe Española: ¡Ey! ¿Qué pasa conmigo? Que creo que soy la que gana en mortalidad.
La Peste: No sucumbáis a la tentación del poder. Soy el más viejo, así que escuchadme.
El Apocalipsis está por venir.
Sin prisas de cucaracha
Érense una vez tazas con café mitad matinales y rodeos de purpurina escalofriante. Veo resplandecer un caracol apostado en mi ventana. Siguen sin abrirse los aires del amanecer y controlo, como puedo, tocarme la cara.
Parece el sueño que algún día cavilé, cargado de plomo y algo parecido a la lluvia amarga. Escupo por rebeldía sobre un jersey mientras lo pongo a lavar; el resignado hombre de hojalata sigue mis sombras.
Saludo la imagen de un espejo que aguanta la compañía de la realidad. Los pasos densos acarician la pesadez del caminar.
Después de muchos años sacaré al perro a pasear y practicaré algo que llaman oficio. Las agujas corren en un entorno paralizante de minuteros envenenados.
Tropiezo con el alcohol en mis axilas y decido aspirar montañas de levadura cobarde. Llega la primavera sin dióxido de carmín.
Sin hoyos raptados habría comida para todos pero grito para avisar y nadie lo escucha. Sólo suenan aplausos mudos de agradecimiento.
Respiro la ciudad fría de bacterias hasta que me doy cuenta que nunca ha olido mejor, no ha habido antes aire tan transparente.
Son parches de escarcha, deshielos provocados por mantas en los pies. Saben a arañazos surrealistas de escenarios distópicos.
Saltan sonrisas al vacío, esperando ser reconocidas por el tacto de un acordeón. Viene braceando y dibuja mantras mientras se esfuma el carbón.
Agradezco las vallas en bolas de polvo, revoloteando desiertos sólidos de apocalipsis cuando comieron perdices.
Sin título 1
A 180 km/h recorriendo una carretera desierta. Hace una extraña tarde preciosa. En este instante la claridad del ambiente se transforma en un pensamiento. Oscuro. Levanta el pie del acelerador a la vez que empieza a dudar si realmente se está alejando.
O por el contrario se acerca.
Sin título 2
Echa el cerrojo a la puerta. En el interior, la familia García se dispone a cenar. Deja la llave puesta y continua recorriendo el pasillo hasta posar sus pies en otro felpudo desconocido. Del manojo que lleva en la mano separa la etiquetada como 5ºF. La introduce, da un par de vueltas y sin retirarla, sigue avanzando ordenadamente. En el 8ºG la última llave. Para la última cerradura. Sube a la azotea. Se fuma un pitillo con la mirada perdida en las calles vaciadas. Y se tira. Tal y como le habían explicado.
Sucesión
Su Majestad está preocupado. Sus redes sociales no las controla él, sino un graciosete cuya misión es acumular followers. Todas sabemos que ese graciosete es Froilán. Hoy, una mala noticia: un virus se propaga. Su preocupación: si no queda a quién reinar, ¿de quién será rey? El Emérito, le aconseja: “sal y demuestra quién eres”. A las 21h., en pleno directo, el cámara se arranca su máscara protectora y acaba con su vida. Ahora el Rey es Froilán y hay quien dice que, tras la cámara, tras la máscara, se encontraba Juan Carlos, el actual encargado de las redes sociales.
Volver
Las maquinas eran más eficientes y si bien no teníamos dinero para nada por lo menos no teníamos que trabajar en eso.
La organización Por una humanidad pura dejo claro que ellos no han sido los responsables aunque vienen advirtiendo del apocalipsis desde hace años.
También se desmarcan del atentado las Ciborgs y la Junta de Trabajadoras del hogar del barrio de San Miguel.
El problema que yo veo no es que se termine el mundo, más bien es que entre que sí y que no tengamos nosotras que volver a trabajar, prefiero morir de otra cosa.
No hay derecho.
Xenofovirus
Al décimo sexto día el pánico y la angustia se habían apoderado de toda la población. Apenas quedaban familias sin infectados. El número de fallecidos, anunciados cada hora, difundido por el noticiero digital rebelde creado por tres hackers, provocaba una insoportable ansiedad ante el anuncio constante de estar viviendo el apocalipsis total.
De pie, en la terraza, decidido a saltar, Juan quiso elevar por última vez una mirada a aquel cielo tan limpio, cuando descubrió una inesperada lluvia de objetos voladores que caían allá por donde mirara.
Era verdad, el Gobierno Chino inundaba el país de auto-vacunas contra el Xenofovirus.